De las Albas, son las primeras luces del día, dulces como el sonido de una flauta, en que las estrellas más persistentes, de las que Venus es la reina indiscutible, ceden con dignidad su cetro al sol; son los últimos fulgores del resplandor del cielo nocturno, encarnados en la voz del violín, que se retiran ante el sol naciente, blanco todavía, que brota, junto al hondo crepitar de las cuerdas de una guitarra, de debajo de la Tierra fría para iniciar un día más con sus altos periplos. Es la hora en que algo espera y algo nos encuentra. Las albas son canciones, que no sólo lamentan que se acabe la noche con su belleza y su misterio, con el grave resonar de un bajo sin trastes, sino que saludan al día con la esperanza puesta, al clamor de la percusión, en las alegrías que este nos pueda develar. Un intersticio de ritmos populares y melodías insospechadas, en que los instrumentos confluyen en el anhelo, en la dulce espera, de su unión...